miércoles, 15 de diciembre de 2010

Teatro San Martin "Señorita y madame" visto por Alberto Ojeda, critico teatral venezolano

Desbordante teatralidad.
Madame y señorita.
Alberto Ojeda



Lo superfluo es, solo cuando es visto superficialmente. Digo esto porque cualquiera pensaría que la vida de grandes personajes de la farándula no alcanza para inducir serias reflexiones y la verdad es ciertamente muy distinta.
Seguimos en los acontecimientos del XXVIII FTO, esta vez en la sala “Alberto Ravara” con la obra madame y señorita de la agrupación Teatro San Martin, texto de Gustavo Ott y bajo la dirección de Luis Domingo González.
La historia novelada de dos iconos de la industria cosmética mundial: Helena Rubbinstein y Elizabeth Arden, que podría juzgarse superficial, de la mano del dramaturgo nos lleva a considerar grandes episodios de la historia de la humanidad a lo largo del siglo XX.
Los accidentes no lograron dar al traste con el desempeño limpio, vigoroso y rítmicamente bien equilibrado de las actrices, rompiendo constantemente el espacio temporal en un vertiginoso ciclo de acontecimientos durante lo cual hacen gala de gran habilidad para el manejo de las transiciones. Especialmente los personajes de Helena y Elizabeth que literalmente se transforman uno y otra vez ante los ojos de los espectadores en tan solo un pestañeo.
Una escenografía básica y funcional permite recrear cada uno de los ambientes sumado al empleo de la iluminación para dar énfasis a las escenas. Sin embargo, es la belleza indiscutible del texto, con un discurso descriptivo muy bien detallado sin ser abrumador, lo que remonta nuestra imaginación a los diversos escenarios, en cada uno de los países recorridos por estas mujeres.
¿Es superfluo reflexionar sobre el hecho cierto de que el éxito no es exactamente sinónimo de felicidad? ¿O es superfluo reconocer a través de estos personajes que si bien somos parte de grandes sistemas que nos condicionan, también es verdad que podemos sobreponernos a todos esos condicionamientos con la fuerza de nuestra voluntad?
Una frase me resulta exquisitamente sugerente: Te odio… porque te admiro!
Así somos todos, odiamos el objeto de nuestra admiración cuando nos sentimos incapaces de alcanzarlo.



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