El Romeo y la Julieta
Tomás Jurado Zabala
Hace cuatrocientos años, cuando Shakespeare escribió Romeo y Julieta, no se imaginaba, seguramente, que no sólo estaba inventando la Tragicomedia –género exquisito entre los siete llamados mayores- sino que además estaba poniendo a rodar por los escenarios del mundo una obra que junto a su otra creación: Hamlet, -tragedia inspiradora de cien mil versiones para todas las manifestaciones del arte- lograría describir en colores sutiles los más profundos sentimientos humanos.
A través de los siglos transcurridos desde el Renacimiento, este episodio de los amantes de Verona, conjugación dicotómica Amor-Odio, Casualidad-Muerte, ha traspasado todas las barreras de la imaginación haciéndose presente por encima de los tiempos: películas, óperas, danzas, pinturas, esculturas... de todo.
Ayer vimos otro Romeo y Julieta; pero, por el lente biconvexo de Fran Lepe y con dirección de Rubén Uzcátegui. Una parodia: “El Romeo y la Julieta”, donde dramaturgo y director entrelazan sus capacidades creativas para darnos una obra de humor; traducción semiológica del texto shakesperiano.
En este montaje posmodernista, Fran Lepe sólo toma de Shakespeare las tres líneas fundamentales de la obra. Presentación: dos jóvenes hijos de familias enemigas se enamoran. Conflicto: conspiran para casarse en secreto. Desenlace: la conspiración fracasa y ambos mueren. Nada más. La pura intertextualidad. Todo el resto ha sido alterado para darnos unas imágenes propias de ese espíritu latino que nos caracteriza, gracias al cual podemos reírnos del dolor. (Del dolor ajeno).
Una obra accesible a todo público, con diálogos que sin apartarse de lo clásico nos mueven al presente. Con anacronismos entrecruzados: música actual, uso de pistolas al mismo tiempo que de espadas; efectos sonoros de películas, parlamentos de series televisivas, movimientos en “cámara lenta”. Con rupturas truculentas: la muerte de Julieta, con la aparición de “las lloronas”, pierde toda importancia dentro de la trama. Julieta no toma la espada del cinto de Romeo, sino que éste se la facilita, dando así la idea de juego, la no verdad, la no seriedad. Se subraya a fray Lorenzo que cobra por la pócima que da a Julieta; este fray que junto a fray Juan son los elementos desencadenantes del fin, uno porque confía al segundo la entrega de la carta a Romeo, y el segundo porque no envía la carta ya que la peste se lo impedía, juegan en la parodia un papel totalmente distinto al original. Más que un benefactor vemos a un clérigo avaricioso e interesado, y tal vez esa haya sido la intención del dramaturgo. Se observa igualmente un distanciamiento del carácter del personaje y su evolución en la acción, como el caso de la Ama, por ejemplo, muy bien representado por Elvira Montilla; pero que está lejos del Ama propuesta por Shakespeare, a quien éste le dio carácter no de criada, sino de criadora.
Estamos, entonces, en presencia de un montaje caricaturesco, no exento de estética, donde se ha cuidado todos los detalles, desde la escenografía diseñada por William Ocanto; el vestuario muy apropiado; el sonido conformando un elemento compositivo de la acción; la iluminación trabajada por María Arrieche y Gualo España y un maquillaje que podemos apreciar como otro elemento del vestuario adherido a la piel. Todo ello interpretado por actores que, aunque “novatos” se dan por entero: Carmen Fernández, Héctor Rodríguez, Elvira Montilla, Roimber Peraza, Wilfredo Santiago, Gustavo Barbosa, Florángel Jiménez, Kehiry Fernández, Abel Ramírez, Joselín Morales, Karla Mendoza y Yuliana Aovar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario