No hay olvido ni tumba para el que ama.
Por haberlo visto.
Alberto Ojeda
Son varias las observaciones sobre este montaje, una de las más evidentes quizá sea el uso de micrófonos por parte de los personajes, vanidad temeraria que en teatro debe cuidarse y evitarse en lo posible porque, casi siempre –este es uno de esos casos- resulta completamente inútil. Muchas voces se pierden sin proyección alguna y los textos son perjudicados con una dicción pobre.
Nos encontramos frente a grandes incoherencias entre los textos y los gestos, una gestualidad marcadamente artificial a excepción de la actriz quien revela una gran capacidad histriónica.
Pero no nos sorprende todo esto, haciendo un poco memoria descubrimos que esta propuesta sigue la línea tradicional de ALTOSF en el desarrollo de su trabajo escénico. Siempre desconcertante porque el público no logra acceder plenamente a los códigos de montajes a medio camino en su construcción.
Sería prudente preguntar entonces: ¿Para quién monta esta agrupación sus trabajos escénicos? Porque evidentemente no son para el público sencillo.
Todo no está perdido, un momento de luz muy importante es el correspondiente al texto “zona de acceso”, a mi juicio la única ocasión verdaderamente teatral de este acontecimiento.
Así es este mundo de los escenarios, hermoso y cruel al mismo tiempo.
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