El gorro de cascabeles
Tomás Jurado Zabala
Durante dos noches continuas el publico teatral portugueseño pudo apreciar a la Compañía de Teatro de Portuguesa con otro montaje dirigido por Aníbal Grunn: El gorro de cascabeles, del italiano Luiggi Pirandello, fallecido hace unos setenta años, y cuya obra mantiene una vigencia sorprendente dada su maestría para presentarnos situaciones cotidianas, con una moraleja, como en este caso, que da forma a la comedia nueva.
Como sabemos, este autor mantuvo a lo largo de su obra el criterio de que somos una sociedad de títeres, de máscaras, donde cada uno se mueve ocultando sus propias realidades; títeres manejados por titiriteros que a la vez son títeres de titiriteros más encumbrados, y así, hasta tocar los extremos del poder.
El gorro de cascabeles, toma su nombre del símbolo medieval usado para reconocer a quienes habían caído en la locura. La obra, adaptada a nuestro medio por el director Aníbal Grunn, la traslada al estado Lara, Venezuela, y sin modificar el texto modifica sí el nombre de los personajes para acercarlos a nuestros ojos y que podamos ver en nuestras propias interioridades cómo la hipocresía desborda la falsa moralidad: Sánchez, interpretado magistralmente por Carlos Arroyo; Beatriz de Crespo, por Edilsa Montilla, cada vez más acertada en su interpretación; Alfredo, por Wilfredo Peraza, actor característico que ha sabido sacar jugo a los variopintos personajes que se les ha encomendado; Delegado policial, por el primer actor Jesús Plaza, quien una vez nos dejó convencidos de su maestría y su alto conocimiento del espacio que pisa, y Ramona, interpretada por Elizabeth Prato, en pujante superación.
En esta obra el autor nos presenta la anécdota de un hombre: Sánchez, empleado de un banco cuyo director es el señor Crespo, tiene una esposa, joven y bonita que mantiene relaciones íntimas con el director. Sánchez conoce de la infidelidad de su mujer, pero lo calla para ocultar el escándalo y la humillación de que lo llamen cornudo. La esposa del director, Beatriz, descubre la infidelidad de su marido, el señor Crespo, y decide ponerlos al descubierto y además encarcelarlos. Para eso acude al delegado policial, otro títere, e inventa la estratagema de enviar a Sánchez, desde Carora a Barquisimeto, con el fin de alejarlo de la ciudad y poder sorprender in fraganti a los amantes.
Beatriz, convertida así en titiritera, logra, a medias, su cometido, se arma un escándalo, los amantes caen presos, pero las cuerdas que mueven a los títeres se balancean en disímiles sentidos y las pruebas irrebatibles del delito no figuran por ninguna parte.
Sánchez regresa a Carora triturado por la noticia. Manchada su honra, pues todo el pueblo lo sabe. Pudo haber vivido toda su vida traicionado por su mujer, pero ocultando las evidencias ante los demás: “...Usted no sabe con cuánto dolor uno es capaz de someterse hasta compartir el amor de la mujer con otro hombre, si esa mujer me ofrece la ilusión de su amor y que todo está hecho de modo que nadie sospeche nada”.
Ahora a Sánchez no le queda más remedio que matar a su esposa y al señor Crespo, el titiritero mayor, que al caer caerían también su esposa, su cuñado, la suegra, el delegado policial y tantos otros que cuelgan de los hilos del poder. Entonces aparece la solución casi mágica: Declarar que Beatriz está loca y que todo lo dicho es producto de una mente desequilibrada. ¿Quién puede hacer caso de las declaraciones de una loca? Beatriz debe fingir que lo es e internarse en un manicomio durante unos tres meses. “Fínjase loca por tres meses. Cómo me gustaría hacerme el loco. Meterme hasta las orejas el gorro de cascabeles”.
Resumen: Estamos frente a una sociedad de hipócritas, pero es la sociedad. Y esta sociedad es agredida por Beatriz. Beatriz debe sufrir un castigo para que la sociedad se reivindique.
He allí la fórmula de la comedia.
Jajajajaaj :D Chevere
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