¿DÓNDE ESTA MI CALLE DEL INFIERNO?
Dentro de la vitrina de la XXVIII edición del Festival de Teatro de
Dentro de la vitrina de la XXVIII edición del Festival de Teatro de
Occidente se mostró el espectáculo La calle del Infierno del
dramaturgo ibérico Antonio Onetti (Sevilla, 1962), por parte del
colectivo caraqueño Afrodiartes en la sala “Alberto Ravara” bajo la
dirección de la actriz, Verónica Arellano quien empieza a apuntalar un
trabajo dentro del rigor de la dirección y que siendo actriz no solo
comprende sino siente en si, los retos y exigencias de sus compañeras
de team artístico para hilar de forma convincente una ácida comedia
que el público guanareño intuyo supo disfrutar con deleite y regocijo.
Para Afrodiartes que suma “pocos años de vida institucional artística
escenificar a un dramaturgo de la talla y peso de Onetti significó un
reto dada el peso como relevancia de su producción textual.
Espectáculo expuesto en el primer trimestre en lo que fue la
producción de montajes de una ciudad como Caracas y contando con la
presencia del propio autor en sala, tanto la dirección como el grupo
constituido por actrices de notoria actividad y excelente respuesta
profesional como lo son Claudia Nieto, Verónica Torres e Irabé
Seguías” una trío que se las trae porque se reconocen en guiños,
dejos, silencios y acciones como mujeres, artistas y como grupo que
asume un compromiso de actuar para decir cosas.
“En todo caso, para Afrodiarte haberse topado con la dramaturgia del
sevillano Onetti –autor de textos como: Los peligros de la jungla
(1985), Malfario (1987), El son que nos tocan (1995) o, Rave party
(2004) entre otras, apuntalan que hay un autor joven, perspicaz, agudo
y con textos bien construidos donde el humor, la crítica de fondo y la
capacidad de radiografiar los intríngulis de la psique individual, son
elementos sustantivos como para” insinuarle cosas al espectados atento
si desea hacer conexión entre lo que ve, intuye como realidad y
percibe como situaciones reconocibles en cualquier selva de concreto
que llamamos urbe, polis o ciudad.
Afrodiarte apostó para ganar dentro del “terreno del riesgo pero
sostenido en un dramaturgo con las “bolas bien puestas” a la hora se
manejar asuntos que, de alguna u otra forma son atractivos. Un autor
bien representado por grupos de teatro en España y fuera de ella y que
ha visto como parte de su producción ha sido trabajadas para el medio
del cine. Fue pues, un acierto de uniones para ganar. Un autor que no
solo cede sus derechos para que La calle del infierno (2002) pudiese
estar en este país (…) y cotejar todas y cada una de las funciones
dadas por Afrodiarte quedando altamente satisfecho con los frutos
artísticos que supo ver con su ojos”.
Me acoto al reafirmar que “un grupo un emergente grupo Teatral como lo
representa el colectivo teatral Afrodiarte (…) está empezando “a
asumir las riendas de un hacer teatral con otra tónica, con otro
estilo y en su trasfondo, colocar una velada discusión hacia el
interno de los miembros que lo integran sobre ¿Qué decirle al público
tras decidir tener un eje distinto a lo que ya cada actor / actriz ha
demostrado tras años de promover cierto tipo de producto escénico en
eso que se entiende como la dinámica de la escena teatral venezolana
de esta década? De igual forma, uno intuye también una posible
interrogante en este staff, ¿Cuál debería ser el género escénico a ser
moldeado o no para desde allí, tratar de marcar un distingo
profesional frente a otros grupos de similar corte en Caracas?” o de
Guanare o de otras ciudades…
“Cada posible respuesta, supondría un ejercicio muy singular en ellos
cono en quien acude de forma inteligente a ser receptor de sus
propuestas. Por un lado, cabría especular si Afrodiarte o, en la
mentalidad de la Arellano hay un músculo acerado que imponga con
flexibilidad pero con decisión clara tanto en lo conceptual como en lo
artístico si en su grupo hay una eficiente gana por hacer cancha
aparte de lo que otros colectivos asumen como trabajo teatral; o bien,
si en esa obligante necesidad de ser un ente artístico independiente
que está empezando a palpar si su esfuerzo creador es o no pertinente
a lo que representa el horizonte de expectativas que siempre lleva en
sus bolsillos el espectador cuando se retrata con el pago del boleto
en taquilla e, incluso, quien asisten en calidad de periodistas,
cronistas o, “críticos teatrales” cuando se hacen notar en la platea
sea en la noche de estreno, cualquier función de temporada o,
sencillamente, en la noche final de ese trabajo. Por otro lado, siento
que son tantas las respuestas que como dije sería especulativo decir
tal o cual pensamiento.
Lo que si queda claro – y para ello se hacía necesario escarbar mucho-
es que Afrodiarte no es un grupo imberbe, un sencillo “vente tú”, un
colectivo “pret a porte” armado con intención de afirmarse en “¡Vamos
a estrenar esta pieza y veamos ¿qué ocurre!” No, creo que ellas en lo
individual como en la sumatoria de su unión como grupo expusieron que
son sin medias tintas un solvente grupo de féminas (actrices,
productoras y hasta la insurgencia de la figura de directora) que nos
potenciar experiencias, conformar una ideología / filosofía del
histrión que sabía comprometerse en la búsqueda de un derrotero
inusual que sin ser vanguardia, ruptura de paradigma, o cambio del
velado centro de poder de unos grupos frente a otros, podrían hacer
factible sobre las tablas que la potencia de perspectivas e visuales
sobre lo que un segmento del hacer debe articular como compromiso de
acción artística es bandera para una naciente gestión colectiva; que
si había que irrumpir con un producto teatral que este posibilitase la
colocación de un cierto proyecto que no solo aglutinase talentos sino
que podrían – y ojala lo consoliden- ser una agrupación que rompa los
rieles donde la casi totalidad de otros proyectos grupales parecen
estar en fila y que, quiérase o no, pululan en el país.
Afrodiarte apostó ciertamente a exhibirse como colectivo que puede /
aspira a aperturar tras sus indagaciones y concretos artístico
escénico, otro polo de calidad a la hora de poder convocar con sus
producciones, la atención de un público que se viene debatiendo entre
comedias ligeras enmarcadas en circuitos comerciales ya establecidos
o, sintonizarse dentro de un tipo de teatro de “comedia que duele” con
aplomo y alcance estético artístico donde lo punzante del drama en
apariencia puede percibirse como comedia de evasión pero cuya
efectividad es arma para crear conciencia a la vez de ayudar al
espectador a no solo que se entretenga sino que en su consumo se lleve
una plusvalía reflexiva. Ese mismo público que cada fin de semana opta
por ir a los circuitos del este u oeste en pos de una “evasión” o del
“teatro de texto” sabrá agradecer que la risa fácil es un arte pero no
un don, que la risa se puede manipular pero nunca crear inflexiones de
conciencia sobre un tema, en fin, que el entretenimiento no es cosa de
“soplar y hacer botellas” o que el arte de la escena, no solo se
autosatisface con famas mediáticas, textos de moda, circuitos de
promoción que garanticen presuntos éxitos o que, como no hay nada que
hacer, hagamos esto a ver que sucede.
El grupo Afrodiartes anda en sus pasos de arranque. Es un colectivo
que como dije, está visualmente constituido por actrices. A cada una
de ellas, las he constatado trabajando con afán, seriedad y compromiso
en otros otras agrupaciones, en la televisión o en una que otra cuña;
pareciesen que su voluntad de colectivizarse orbita más crear una
plataforma para ofrecer alternativas disonantes a lo que ya uno
constata en la cartelera teatral local. También hay un efecto
interesante: son selectivas en cuanto a lo que se ha de ofrecer como
producto teatral. Además, que ese mismo producto deba estar bien
aquilatado en lo técnico, lo conceptual, lo estético y lo artístico”.
El público que asistió a las dos presentaciones de este grupo y logró
constatar la performance de cada actriz quizás haya podido intuir que
tras su lectura de La calle del infierno” que no podrá calificarla
rápidamente de “sainete tal y como lo esgrime u colega sino una
comedia nada sutil, incisiva y mordaz donde la traición, la oposición
entre machismo / feminismo y el empoderamiento de los rictus de la
soledad individual que debe hacer alianzas para sobrevivir en un mundo
feroz podrían ser aspectos hilados tras una trama medio rocambolesca y
situada en el ámbito de un supermercado donde tres mujeres de mediana
edad anhelan romper con el estigma de la sobrevivencia, soñando con
superar sus crisis existenciales pero que verán que el extraño destino
de las cosas, hará que unas estén enfrentándose en alianzas, pactos y
deslealtades que creará una densa atmósfera cuasi surrealista. Una
pieza que deja un saborcito amargo tras la risa que nos pueda sacar.
Una trama y unos personajes que dicen más de lo que está en la
superficie. Una historia que si bien no es arrancada de la vida misma,
por lo menos uno cree que la ficción a veces no da para tanto como la
misma realidad. Lo que en final cuenta es que Onetti, es un hilador de
situaciones que golpean muy debajo al consciente del receptor cuando
se enfrenta con una pieza de este calibre.
Comedia nada sutil, nada tirada por los cabellos si se le aplicase el
instrumento del absurdo. Lo que si es fácil de reconocer es la
capacidad de colocar en cada escena, en cada ciertos parlamentos y muy
bien imbricado en la dimensión de sus personajes, esas duras gotas de
ácido que corroen nuestra percepción y si reímos, vaya que paradoja,
si nos quedamos sin reír, que atasco con lo que puede o debe provocar
sorpresa, porque a distinto de otras recepciones –europeas o
latinoamericanas- la risa del venezolano a veces por muy espontánea
que emerja deja en sus tonos y dejos, que lo corrosivo ha calado y que
si es explosiva, pues, hay que prestarle más oído porque esa risa
puede ser –aparte de contagiante- significadora que ha el receptor ha
sido horadado en su interioridad. Onetti tiene ese no se que en sus
obra que sabe calar si ser directa sus formas y maneras de hábil
arquitecto de la palabra y la acción que envuelve a esos personajes;
su arte es agudo, sincero y sin cortapisa. Ello se deja colar como el
agua en un puño: siempre moja, siempre escurridiza de quien la trata
de atrapar. El resultado como espectáculo fue concreto en su eficacia
de construir ese universo donde gravitan unos personajes que se pueden
aprehender pero que en el fondo también son otros y desde la otredad,
se afirmar en la visual de un público que las mira, contrasta,
compara, equipara, sopesa o, sencillamente, se deja arrastrar por sus
peripecias existenciales”.
El resultado se habrá logrado con el silencio, la reflexión, el
aplauso del espectador pero nunca con su indiferencia. La calla del
infierno fue un buen trabajo para lo que ha sido la vitrina de este
FTO-2010
Licdo. Carlos Herrera
Critico teatral
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